Por María Elena Balán Saínz
Hacerse de la vista gorda es sinónimo de
apatía, dejadez, indolencia y califican
ese estado de pasividad ante lo mal hecho, dígase en el comportamiento en la
comunidad donde vivimos, en el sitio de trabajo, de estudio, en plazas
públicas, en ómnibus o en instituciones.
Muchos dicen. “Eso
no va conmigo” y permiten que en un parque personas sin escrúpulos roben las
maderas de los bancos, rompan o hurten una bombilla, echen desperdicios, tiren
cigarrillos que sus propios hijos pequeños pueden llevarse luego a la boca, en
fin, una serie de indisciplinas que no solo el guarda-parque debe evitar que no
se cometan, sino cada uno de los ciudadanos presentes en el lugar.
Es frecuente
encontrar en avenidas y calles pinturas
hechas con aerosol que pueden resultar de mal gusto, grotescas y poco estéticas. Pero al parecer, nadie vio al individuo
culpable de ese hecho o aunque estén presentes en ese momento, pasan de largo
porque no es de su incumbencia.
Si de ahí nos
trasladamos a una parada de ómnibus algo similar puede verse. Desde aquel que
junto a la novia escribe sobre los muros y pinta un corazón, en franca
declaración de amor, o el otro que le da golpes al teléfono instalado allí, o
para entretenerse arranca flores de las plantas sembradas alrededor.
Pero cuando llega el autobús entonces el abordaje es traumático. Pocos se preocupan por dar
prioridad a ancianos, a mujeres con niños, a personas incapacitadas. La fila se
rompe y ¡sálvese quien pueda!
Algunos de los que
allí viajan llegan a su trabajo o centro de estudios y les da lo mismo tirar un
papel en el piso, que ver un grifo echando agua y no cerrarlo. O que el plan
deje de cumplirse, porque total, si a él o ella les pagan el salario cada mes.
Si la productividad es baja, que sea el jefe quien vea eso, porque no le
interesa preocuparse por lo colectivo, en franca revelación de su poco sentido
de pertenencia a su lugar de labor.
En los servicios
públicos de muchas instituciones hay también expresiones de esa apatía, desde
la recepcionista que de mala gana, en muchas ocasiones, atiende al que llega,
hasta el funcionario que contesta con monosílabos y no deja muy claras las
dudas del interesado.
Pero en muchos
barrios ocurre igualmente. Existe apatía ante la escenografía de las bolsas de
basura tiradas en las esquinas a la espera del carro recolector que pasa imprevisiblemente,
por carencia de vehículos y falta de iniciativa de algunos que no buscan otras
alternativas con el fin de mantener limpia la ciudad.
Esto no sucede
solamente en la periferia, sino también en lugares céntricos. Es cierto que algunos roban las ruedas de los
contenedores para hacer carretillas, pero también lo es que muchas veces están
llenos, no los vacían y el tiempo va descomponiendo su contenido, con la
consiguiente fetidez y oportunidad de alojamiento para roedores e insectos.
Al conversar con
algunos colegas sobre estos casos y valorar cómo algunas personas argumentan
que les falta motivación para enfrentar esas situaciones, debido a que su mente
está ocupada por otras cuestiones personales propias de los avatares diarios de
la vida, consideramos que no resulta una justificación ante tales desmanes.
La indolencia puede
abrir grietas insalvables en los valores éticos y morales y convertirse en un
flagelo que llegue afectar la convivencia familiar y social.