Por María Elena Balán Sainz
A Margarita le
encantaba escuchar los poemas que en los recesos entre clases, en la
Universidad, le recitaba aquel bardo cuya elocuencia llegó a enamorarla.
No fue de un día
para otro el paso del verso al beso, tal vez porque la espiritualidad era muy
valorada, mucho más que ahora cuando casi está colapsada la supervivencia del
romanticismo y lo común es ser directos, rápidos, quemar etapas.
En estos tiempos que
corren los sentimientos amorosos se manifiestan de otra manera y hay chicas que
hasta ven como algo cursi la lectura de un poema o el obsequio de una flor,
pero igual muchos jóvenes no se sienten bien con esas manifestaciones más
anticuadas, según su manera de verlas.
Alguien nos comenta
cómo por estos días de ruidos ensordecedores y no de música para nutrir
neuronas, lenguaje chabacano y
relaciones sexuales sin tantos preámbulos, las frases conquistadoras y
fascinantes han pasado a ser diferentes.
Por supuesto, todavía existen excepciones, y algunos siguen
leyendo o escribiendo versos, así como notas cortas para enviar en un mensaje
de correo electrónico o mediante un teléfono móvil, donde aparece el icono de
un corazón.
Todo evoluciona, lo
ideal es que sea para bien y no como retroceso. No obstante, debemos reconocer que las técnicas de
seducción se han modificado con los años y resulta lógico hasta cierto punto.
No es época de
“vender listas” como se le llamaba a aquello de pasar frente a la casa de la
muchacha una y otra vez, con el propósito de pillarla en la ventana o en el
portal y darle a entender el interés por ella.
Igual que las
serenatas desaparecieron, el mismo derrotero tomó la ceremonia de pedir la
mano, y llevar a los padres como representantes de tal acto de buenas
intenciones amorosas.
Lo que antes se
consideraba una locura o una falta de respeto es hoy parte de la rutina en la
vida de los jóvenes. Irse como huésped temporal a la casa del novio o la novia
constituye una práctica normal.
Ahora bien, hay
progenitores sumamente despreocupados de conocer con quién se relaciona su hijo
o hija, si cuentan con una relación duradera, temporal o caen en la
promiscuidad y sus consiguientes
consecuencias.
Resulta esencial, también
en estos tiempos modernos, saber hacia dónde se encaminan nuestros
descendientes en los derroteros del amor, aunque los símbolos para
manifestarlos hayan cambiado, no así su esencia.
Y no se trata de
pensar que la generación de los adultos es mejor que la de los jóvenes
actuales, cada una se adecua y asume su momento, pero resulta igualmente válido
el consejo oportuno, el fomento de una ética enriquecedora de las relaciones.
Las estructuras
poéticas se han renovado y dejaron de ser poco a poco elemento de la cotidianidad en las relaciones
sentimentales.
Ya que no hay un
buen trecho del verso al beso, y eso
quizás no importe hoy, tampoco dejemos de abogar a favor del respeto, de la no
violencia, y de lograr una buena convivencia en las relaciones de pareja.
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