domingo, 7 de diciembre de 2014

Antonio Maceo: afición por los caballos



Por María Elena Balán Saínz
  
   Aún cuando era un niño y sus cortas piernas todavía no alcanzaban los estribos, ya Antonio Maceo se perfilaba como un buen jinete. Con una gallardía y distinción innatas, tomaba las bridas del caballo, bajo las alentadoras lecciones de su padre Marcos, quien enseñó a todos los hijos de él y de Mariana, las artes de la equitación, la esgrima y el tiro.   
  Creció Antonio y con él su habilidad en esas tres vertientes. El elegante mulato, mezcla de sangre venezolana y dominicana, montó entonces muy buenos caballos, regalados por su progenitor y, el mejor de ellos, aquel que utilizaba para sus paseos, lo convirtió en un guerrero corcel, con el que se incorporó a la gesta independentista cubana en 1868, al igual que sus hermanos José y Justo y su padre Marcos. 
   Luego se iría incorporando el resto de la familia. Más de un caballo y una montura hubo de tener el Lugarteniente General Antonio Maceo a lo largo de las guerras de independencia de Cuba. En la última de las contiendas, aquella que fue modelada con manos de sabio escultor por José Martí, el Titán de Bronce como le llamaban a Antonio, tenía una silla de montar con estrellas de plata, según la vio el Héroe Nacional cubano el cinco de mayo de  1895, en un primer encuentro en la Isla, días después de su desembarco por Playitas de Cajobabo.   
   En esa ocasión  Martí escribió en su Diario de Campaña acerca del lugar donde se habían citado con Maceo, adonde no pudieron arribar a la hora a la que fueron citados. Iban de prisa él y el Generalísimo Máximo Gómez, hasta que llegaron al campamento del General mambí.  
  Martí describió al Titán de la siguiente forma: Maceo con un caballo dorado, en traje de holanda grís, ya tiene plata la silla, airosa y con estrellas.

 EL COMBATE FINAL
    
  El siete de diciembre de 1896, cuando las tropas españolas sorprendieron a las fuerzas de Antonio Maceo en la zona habanera de San Pedro, relata José Miró Argenter que Maceo necesitó diez minutos para vestirse del todo, ceñirse el cinturón que sostenía el machete y el revólver, y ensillar el caballo, faena que practicaba personalmente en los casos bélicos para estar seguro sobre los estribos.                                
  Al hallarse en situación de combatiente, tocando con sus manos los arreos y convencido de que nada le faltaba, desenvainó el machete y con un ademán terrible mostró la senda de la batalla a los más conocedores del terreno. ¡Por aquí! –dijo en tono imperioso-, y expoleó el corcel.  
   Esa fue la última vez que montaría su caballo y utilizaría su montura, de la cual no se dan detalles de sus características. Muchas incógnitas surgen entonces, sobre cuál sería realmente la montura que utilizó Maceo, si la que se exhibe en el Museo Bacardí de Santiago de Cuba, donada por Miró Argenter, o la que fue entregada al Museo de la Ciudad, en el Centro Histórico de La Habana, por autoridades de España.         Especialistas en el tema, como el doctor Eusebio Leal, considera que la auténtica está en el Bacardí.
  Sin embargo, reconocen que la expuesta en la instalación cultural habanera representa todo un símbolo histórico y constituye una pieza de gran valor que puede ser admirada por  quienes visiten el lugar.   

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