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or María Elena Balán Sainz
No por usar calzado bajo y renunciar a los tacones que realzan la figura
femenina puede librarse hombre o mujer, según el caso, de caer en la
trampa de un agujero en la calle o en las aceras rotas, de donde no
muchos salen ilesos sin sufrir un esquince o la rotura de sus zapatos.
En los últimos años se ha acentuado el deterioro de las vías no solo en
la capital cubana, sino también en el resto de las provincias, donde se
percibe cómo, tras la construcción de una microbrigada, o la apertura
de una zanja por brigadas de reparación de tuberías de agua potable,
albañales y también de gas licuado, quedan los huecos sin tapar
adecuadamente.
Cual cráteres van tomando espacio en detrimento de
transeúntes y vehículos, los cuales deberán sortear tales obstáculos no
siempre exentos de sufrir accidentes, bien sean personales o colectivos.
Alguien comentaba a la espera de un ómnibus, cuya parada estaba cerca
de un bache de envergadura, qué tal sería si lo que se recauda por
impuesto sobre el transporte terrestre -en Cuba hay millones de
vehículos cuyos dueños abonan cada año el derecho a circular- se
dedicara a arreglar calles y aceras, no solo las populosas, sino las de
urbanizaciones más apartadas.
Tal vez no alcance para acometer de
un solo tirón el arreglo, pero poco a poco pueblos y ciudades irían
ganando otra imagen que las salvaría del deterioro y permitiría a los
pobladores andar con más seguridad, sin temor a una caída o a una
colisión vehicular.
El cubano, por idiosincrasia, gusta de arreglar
su casa, pintarla aunque sea con lechada de cal, podar las plantas de
su jardín, tener ante la vista lo que le prodigue ilusión, pero si en su
barriada las vías aparecen deterioradas por caducidad, falta de
reparación, o roturas que pudieron ser enmendadas a tiempo, siente
cierta frustración que repercute igualmente en su postura ante la
sociedad.
Basurales en lugar de plantas ornamentales, bolsas
tiradas por doquier al no existir contenedores –muchos de ellos
deteriorados por el vandalismo y otros porque la intemperie les restó
utilidad- se ven en muchos sitios a lo largo y ancho de la Isla.
Falta de iniciativa va unida a falta de recursos, es cierto, pero cuando
hay interés se buscan alternativas para paliar las dificultades.
Las direcciones de Comunales en otros tiempos utilizaban en la periferia
tractores o carretas tirados por caballos para recoger la basura, pero
ya eso apenas se ve, mientras muchos de los encargados de acueductos y
alcantarillado, o del gas licuado, perforan y no reparan con los
requisitos necesarios y todo eso se conjuga para mezclar desechos, aguas
albañales o potables.
Con cierta nostalgia recordamos aquel spot
promovido en otros años de Mi casa linda y bonita, o el afán en las
cuadras porque hubiera una imagen de higiene y salubridad.
Muchos
dimos nuestra aprobación por vía digital o de SMS para que La Habana
ganara la condición de Ciudad Maravilla hace apenas unos meses, según un
concurso convocado por la fundación suiza New7Wonders.
Aportamos
nuestro voto favorable a partir de que, tal como postulara Antoine de
Saint Exupéry en su libro El Principito, “Sólo con el corazón puede
verse bien; lo esencial es invisible para los ojos.”
Y esto se basa
en que a pesar de no ser la urbe limpia, sin escombros y basurales en
muchos de sus barrios, la sentimos como capital de una Isla hermosa y
amada, la cual no debe llegar a convertirse en un cráter enorme por
roturas en aceras y calles. Soluciones habrá que buscar para lograr una
mejor convivencia.
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