jueves, 12 de marzo de 2015

Prudencia, hay agujeros en la vía

P                                             


or María Elena Balán Sainz
  No por usar calzado bajo y renunciar a los tacones que realzan la figura femenina puede librarse hombre o mujer, según el caso, de caer en la trampa de un agujero en la calle o en las aceras rotas, de donde no muchos salen ilesos sin sufrir un esquince o la rotura de sus zapatos.
  En los últimos años se ha acentuado el deterioro de las vías no solo en la capital cubana, sino también en el resto de las provincias, donde se percibe cómo, tras la construcción de una microbrigada, o la apertura de una zanja por brigadas de reparación de tuberías de agua potable,  albañales y  también de gas licuado, quedan los huecos sin tapar adecuadamente.
  Cual cráteres van tomando espacio en detrimento de transeúntes y vehículos, los cuales deberán sortear tales obstáculos no siempre exentos de sufrir accidentes, bien sean personales o colectivos.
  Alguien comentaba a la espera de un ómnibus, cuya parada estaba cerca de un bache de envergadura, qué tal sería si lo que se recauda por impuesto sobre el transporte terrestre -en Cuba hay millones de vehículos cuyos dueños abonan cada año el derecho a circular- se dedicara a arreglar calles y aceras, no solo las populosas, sino las de urbanizaciones más apartadas.
  Tal vez no alcance para acometer de un solo tirón el arreglo, pero poco a poco pueblos y ciudades irían ganando otra imagen que las salvaría del deterioro y permitiría a los pobladores andar con más seguridad, sin temor a una caída o a una colisión vehicular.
  El cubano, por idiosincrasia, gusta de arreglar su casa, pintarla aunque sea con  lechada de cal, podar las plantas de su jardín, tener ante la vista lo que le prodigue ilusión, pero si en su barriada las vías aparecen deterioradas por caducidad, falta de reparación, o roturas que pudieron ser enmendadas a tiempo, siente cierta frustración que repercute igualmente en su postura ante la sociedad.
  Basurales en lugar de plantas ornamentales, bolsas tiradas por doquier al no existir contenedores –muchos de ellos deteriorados por el vandalismo y otros porque  la intemperie les restó utilidad- se ven en muchos sitios a lo largo y ancho de la Isla.
  Falta de iniciativa va unida a falta de recursos, es cierto, pero cuando hay interés se buscan alternativas para paliar las dificultades.
  Las direcciones de Comunales en otros tiempos utilizaban en la periferia tractores o carretas tirados por caballos para recoger la basura, pero ya eso apenas se ve, mientras muchos de los encargados de acueductos y alcantarillado, o del gas licuado, perforan y no reparan con los requisitos necesarios y todo eso se conjuga para mezclar desechos, aguas albañales o potables.
  Con cierta nostalgia recordamos aquel spot promovido en otros años de Mi casa linda y bonita, o el afán en las cuadras porque hubiera una imagen de higiene y salubridad.
  Muchos dimos nuestra aprobación por vía digital o de SMS para que La Habana ganara la condición de Ciudad Maravilla hace apenas unos meses, según un concurso convocado por la fundación suiza New7Wonders.
   Aportamos nuestro voto favorable a partir de que, tal como postulara Antoine de Saint Exupéry en su libro El Principito, “Sólo con el corazón puede verse bien; lo esencial es invisible para los ojos.”
  Y esto se basa en que a pesar de no ser la urbe limpia, sin escombros y basurales en muchos de sus barrios, la sentimos como capital de una Isla hermosa y amada, la cual no debe llegar a convertirse en un cráter enorme por roturas en aceras y calles. Soluciones habrá que buscar para lograr una mejor convivencia.

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