miércoles, 24 de septiembre de 2014

A Santiago




Por María Elena Balán Sainz
Una cultura policroma, con ingredientes autóctonos como el bolero y el ron, confieren a Santiago de Cuba ese sabor caribeño, que la convierten en una ciudad donde cultos sincréticos, tabaco, ron, música y poesía se funden indisolublemente.
La legendaria Villa, fundada hace 499 años por el español Diego Velásquez sigue conservando su exuberante vegetación y su mar bravío, surcado por corsarios y piratas como el francés Jacques de Sores, cuya presencia en ella condujo a España a construir una fortaleza.
Surgió así el Morro, un enclave convertido en sitio de atracción turística, que acoge al Museo de la Piratería y desde donde se aprecia un bello paisaje de la bahía.


Es sitio de obligada visita la casona del conquistador Diego Velásquez, considerada la más antigua de América, con sus torneados balaustres en los ventanales, pisos de tabloncillo encerado y mobiliario colonial.
Al pasear por las calles santiagueras, el visitante puede degustar un rico café en La Isabelica, con sus pisos adoquinados y rústicos taburetes que recuerdan el cafetal de un francés que huyó de la guerra antiesclavista en Haití y se enamoró de una mestiza.
Quien recorra Santiago de Cuba no podrá sustraerse al sortilegio de la calle Padre Pico, ni podrá dejar de admirar la antigua Catedral en el entorno del parque Céspedes, flanqueado por el viejo Ayuntamiento.
Pero Santiago es mucho más que eso, es la ciudad donde se escucha el sonido acompasado de los tambores y la trompeta china, que invitan al movimiento cadencioso por calles y plazas durante los carnavales o el Festival del Caribe.



Esa ciudad tiene el sabor mágico del ron auténtico, el encanto de la mezcla de razas europeas y africanas y posee la calidez no sólo de su clima, sino de su gente solidaria, defensora de su identidad.

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