DEL JOVEN BLOGUERO Y PROFESOR UNIVERSITARIO HARAOLD CÁRDENAS LES DEJOP ESTE ARTÍCULO PUBLICADO EN ONCUBA
Foto: OnCuba
Por: Harold
Cárdenas Lema (haroldcardenaslema@gmail.com)
Los niños que se formaron en el Período Especial solo
conocieron la escasez y la nostalgia de un pasado desconocido, yo soy uno de
ellos. Somos la generación especial.
Hay cosas de las que no se habla, que la memoria terca
intenta eliminar por todos los medios o nos devuelve envueltas en un manto de
añoranza. El Período Especial clasifica como una de esas “cosas”, porque aunque
tiene nombre este no dice nada, ni fue un período superado ni fue tan especial.
Más que edulcorarlo con ese eufemismo debemos llamarlo por su nombre: el
Período Jodido.
No me extraña que en la familia tengamos tan pocas
fotos de esos años, es como si a finales de los 80 hubieran ocurrido muchas
cosas y luego durante la mayor parte de los noventa, solo algunos vergonzosos
sucesos plasmados tímidamente en fotos. En las imágenes se ven padres y abuelos
flacos como si Valeriano Weyler hubiera regresado al país, se ven rostros de
media sonrisa y la inocencia de quien quizás no tiene total conciencia de lo
que sucede. Aclaro que los cubanos no somos particularmente especiales, de lo
contrario seríamos argentinos, pero si vivimos en una circunstancia muy
atípica.
En casa no teníamos cómo prepararnos para el Período
Jodido, pero lo hicimos. Mi padre solía viajar al extranjero por razones de
trabajo, luego de su penúltimo viaje sentó a la familia en la mesa y con toda
solemnidad dijo que el Campo Socialista se iría abajo, ya había visto las
señales en Bulgaria. Un año más tarde haría su último viaje, unos días antes de
regresar de Angola una mina lo dejaría morir en un hospital de Luanda. La
reacción de mi madre en los meses siguientes fue impulsiva pero acertada:
comprar toda la comida y artículos básicos para el largo invierno económico que
su esposo había previsto, gracias a eso sobrevivimos un poco mejor los 90.
Cuando comenzó la escasez no quedó ni una onza de oro
en casa, desaparecieron los juguetes y aprendí a divertirme con lo que tuviera
a mano, percheros usados y bloques de construcción provocaron mi imaginación
durante años. Algo si permaneció, los muñequitos rusos nos acompañaron
estoicamente y lo que les faltaba en belleza lo compensaban con la nostalgia
que sentían nuestros padres respecto a la década anterior.
Las primeras señales de consumo fueron coloridas, los
chicos aprendimos que las modernísimas latas de cerveza tenían valor
coleccionable y los envoltorios de nylon podían recopilarse en álbumes que
daban estatus a su dueño en la escuela. Éramos espectadores complacientes, los
verdaderos consumidores eran los que tenían familia en el extranjero y ya no
tenían que ocultarlo. Una consecuencia positiva fue que la necesidad nos acercó
a nuestra emigración, se logró subordinar la política a los lazos familiares.
Surgieron sonidos nuevos como el grito de alegría del
barrio cuando llegaba la electricidad y aprendimos estrategia geográfica. En
las noches cuando se iba la electricidad, buscábamos un punto elevado en la
ciudad para ver quién tenía luz eléctrica y si conocíamos alguien por ahí le
hacíamos “la visita”. Por algún lugar de mi subconsciente quedaba el recuerdo
de un refrigerador que tenía pasas, pequeños pomos de yogurt y leche condensada
suficiente para pasar el invierno, pero no quedaba claro si era un sueño o un
recuerdo.
Fueron años duros que los niños y adolescentes pasamos
mejor que nuestros padres, quienes nos dejaban su comida y vieron muchos sueños
truncados o subordinados a la supervivencia. Aun así, las maestras eran
mejores, algunos servicios sociales funcionaban mejor, había algo que nos
mantenía muy juntos y sostenía el consenso social. ¿Qué sería? Quizá la
creencia de que se podría regresar a los 80, pero cuando la diferencia social
fue muy grande y comprendimos que había que caminar hacia un futuro incierto,
el país comenzó a cambiar.
La generación especial se formó en ese contexto, sin
conocer o con un leve recuerdo del pasado ochentero pero viviendo en una coyuntura
repleta de contradicciones. Eso explica mucho, explica que muchos de mis
compañeros no se interesaran por entrar a la universidad, o que otros muchos
emigraran del país. Nos quedamos con el recuerdo de sus asientos vacíos en la
escuela, un simbolismo del futuro hipotecado y el presente incierto.
El Período Jodido lo recordamos a cada rato por los
sacrificios y las altas cuotas de dignidad que lo caracterizaron, pero una
dignidad muy cara. Por suerte aquello de que recordar es volver a vivir funciona
más para los buenos ratos que para los malos, porque no estoy seguro de que
podamos, ni querramos volver a hacerlo.
Publicado en: OnCuba
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