Del pilón de café y las mecedoras a estos tiempos modernos
María Elena Balán Sainz
Las recetas de la
abuela siempre eran acogidas con regocijo en la casa. Buñuelos en almíbar,
cascos de toronja, el café molido a golpe del pilón que luego permitía hacer la
colada en la tetera, sostenida por un trípode de madera. Aquella tacita
humeante se saboreaba entonces sentada en un taburete de cuero, o en la
mecedora que existía por lo general en cada hogar cubano.
Con los años,
muchas de estas tradiciones que reunían a la familia en el portal de la casa o
en el campo debajo de una mata de mamoncillos, donde colgaba una hamaca, se
fueron perdiendo y con ello se ha hecho más difícil la reunión familiar, el
intercambio de criterios, el consejo oportuno.
Vivimos con tal
agobio por el tiempo que corre que no reparamos en cuánto de beneficioso y
reconfortante tienen esos hábitos de sentarnos todos a la mesa y no cada cual
por separado, con la llamada “completica”, o sea, todo en el mismo plato, a
veces degustado frente al televisor porque cada cual llega en un horario
diferente.
Una amiga me decía
hace unos días que extrañaba cuando se quedaba en el campo con los abuelos,
entonces no existía allí luz eléctrica y los narradores orales suplantaban los
medios masivos, la computadora de la cual ahora no podemos desprendernos y el
teléfono fijo y móvil. Si acaso, había un radio de pilas, pero se preservaba
para escuchar las novelas, los noticieros o los partes meteorológicos por si
venía un ciclón.
Recordaba ella
cuando se levantaba y tras asearse se miraba al espejo, para evitar que el
tiste del candil dejara huellas en su nariz. Se reía rememorando aquello y
sentía nostalgia. Cuando estábamos en lo mejor de nuestro recuento, su móvil
sonó e interrumpió la conversación, porque si bien es cierto que no debemos
oponernos al desarrollo, en ocasiones nos complica más nuestra privacidad.
No niego que es
preferible el correo electrónico a la carta con sobre y sellos timbrados traídos
por el mensajero de Correos. Ni que gracias a Internet, a la televisión, a los
equipos de video podemos estar al día de cuánto acontecimiento ocurre en el
mundo.
Pero tampoco es
menos cierta la necesidad de transmitir a nuestros hijos mediante el ejemplo
personal y diario valores éticos, enseñarles a preservar tradiciones, lo cual
se traduce en identidad, cubanía, raíces
patrióticas, sentido de pertenencia, amor a lo auténticamente nacional.
Algunos padres se
muestran más preocupados por regalar al
hijo el más sofisticado juguete o videojuego y no toman en cuenta la
importancia de conversar diariamente con él, de interesarse por su rendimiento
escolar, de ver con quienes se reúne.
Tampoco reparan en
lo valioso de transmitirle el buen hábito de la lectura, de hacerles conocer a
través de esos textos la memoria histórica de los pueblos.
El desarrollo
tecnológico, los avances científicos y sociales no deben estar reñidos con la
manera de transmitir las mejores enseñanzas de generosidad, de humildad,
sencillez y nobles sentimientos. Solo así fomentaremos en los más jóvenes
adecuadas normas que redundarán en la mejor convivencia.
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