Por María Elena Balán Sainz
Diariamente se presentan oportunidades de ayudar a alguien; a veces
están ahí cerca de nosotros a la espera de un gesto generoso, de apoyo, solo
falta darnos cuenta y tender la mano.
Considero que el ser humano no puede perder su voluntad de ayudar, aunque corran tiempos
difíciles y algunos recurran a la popularizada frase de “Sálvese quien pueda”.
A la espera del ómnibus, vi cómo un hombre se disponía a cruzar la calle
con otro, que evidentemente era ciego, luego vi a un joven levantarse para
ceder el banco a una señora en la parada, al tiempo que una pareja de la
tercera edad caminaba por la acerca tomada del brazo y cubriéndose del sol con
una sombrilla.
Pero igual pude advertir la presencia de
un ebrio tendido en el suelo y
agarrando una botellita de ron. Un poco más allá una mujer hacía gala de su
exposición sexuada a través del diseño y
los carteles en su pullover y corto pantalón . Ninguno parecía ser
consciente de las opiniones negativas que generaban.
Pensé entonces en cómo los progenitores deben inculcar desde la infancia
los conceptos básicos en la manera de vestir, advertir acerca de lo aceptado
socialmente como correcto y elegante y lo que debe llevarse de acuerdo con cada
ocasión y horario.
También me imaginé al alcohólico con una familia tal vez inexistente,
rota por las consecuencias de su adicción. Lástima que estas personas caigan en
ese agujero enfermizo y no recurran a ayuda especializada.
La espera del ómnibus me permitió advertir la desenfrenada competencia
de esos autos clásicos, ya viejos y contaminantes, con rótulo de taxi, cuyos
choferes aceleran y violan el derecho de vía de otros vehículos por llegar
primero al lugar donde hay posibles clientes.
No toman en cuenta el peligro de tales actitudes, las cuales pueden desencadenar
un accidente múltiple con sus graves consecuencias.
Alguien cerca de mi fue hacia el contenedor de basura a echar el papel
después de comer un pan con perro caliente. Lo buscó con la vista
insistentemente, porque no estaba ubicado en un sitio fácil de ubicar.
No todo es en blanco y negro como a veces pensamos. Al salir a la calle
hay de todo, como en botica –tal era un dicho popular de antes cuando se les
denominaba así a las farmacias-. Aparecen ante nuestros ojos buenas actitudes,
otras transgresoras, en fin, que existen matices.
El chofer del ómnibus con el rótulo de P-1 apareció de pronto y las de
la cola corrimos unos metros más allá, donde paró y desintegró de esa manera la
fila ordenada. El ebrio subió en el tumulto y me pidió con un gesto acomodarse
en el estribo interior del vehículo.
Le cedí el sitio y me aparté para que extendiera las piernas. Algunos lo
miraron con desdén e hicieron gestos de desaprobación ante su cercanía y
fetidez.
En el interior de la guagua aprecié
buenas acciones, como igual
advertí otras desdeñables. Noté, sin
darle un sentido feminista a mis apreciaciones, que fueron más las mujeres que
ayudaron a otros pasajeros, que los propios hombres.
Vi como una muchacha cedió su asiento a una anciana, lo cual no hizo el
pasajero sentado a su lado, quien se puso a mirar hacia afuera para evadir el
“compromiso” de ser cortés.
Al llegar a una parada frente a un hospital una paciente con una mano
envuelta en gasa subió y se esforzó por sujetarse para no caer. Fue una mujer
quien se paró de su asiento y la ayudó a sentarse. Precisamente, luego pude
compartir a su lado al desocuparse el otro y me contó que iba un poco lejos y
agradecía la amabilidad de aquella señora.
¿Nos sentimos mejores personas por nuestra acción
a favor de los demás o vivimos en una burbuja que nos impide ver más allá del
bienestar personal?
Que la prisa con que vivimos no nos impida ayudar a los demás. La mejor
recompensa será la satisfacción de haber hecho el bien sin esperar nada a cambio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario